Cuando el «maharaja» Pratapsingh Rao Gaekwad conoció, en 1943, a Sita Devi tenía 35 años, hacía cuatro que había sucedido a su abuelo al frente del pequeño Estado de Baroda (actual Vadodara, integrado en el Estado de Gujarat) y estaba considerado uno de los hombres más ricos del mundo. Sobre todo por la fabulosa colección de joyas que había heredado con el trono. El encuentro se produjo en Madrás (actual Chennai), ciudad en la que ella había nacido y donde el príncipe acudió para asistir a las carreras. Su amor, a primera vista, fue uno de los mayores escándalos de La India colonial.
El motivo de tanto alboroto fue que cuando iniciaron su relación ninguno era libre. El maharaja llevaba 14 años casado con la maharani Shanta Devi y era padre de ocho hijos. Sita Devi, de 26 años, también estaba casada, con un humilde recaudador de impuestos, lo que planteaba una situación inimaginable en la época: que un príncipe compartiera una mujer con otro hombre. No era otro el problema, ya que la poligamia era aún una práctica habitual en La India. Por ejemplo, cuando la malagueña Anita Delgado llegó a Kapurthala para casarse con el rajá Jagatjit Singh descubrió que su futuro marido tenía ya cuatro esposas.
Sin embargo, el caso de Baroda era singular. El abuelo de Pratapsingh había abolido la poligamia por el amor que profesó a su esposa. Había acabado también con el purdah, tradición que imponía la segregación de las mujeres, sobre todo de las clases altas, que debían vivir recluidas en las zenanas (zonas de los palacios reservadas para ellas), y cuando asistían a actos públicos lo hacían ocultas tras biombos. De ahí el choque que sufrieron las primeras maharanies que viajaron a Europa, y lo aficionadas que eran a ir al extranjero, donde incluso los maharajas se liberaban de la rígida etiqueta de la corte.
Los maharajas de Baroda eran, además, admirados entre los príncipes por las riquezas legendarias que atesoraban, de cuya magnitud dio fe, en el siglo XIX, el viajero francés Louis Rousselet. «Ocupa varias estancias grandes, de muros gruesos y puertas de hierro
Hay multitud de diamantes, diademas, collares, vestidos y mantos bordados con perlas y piedras preciosas de gran belleza. Entre tanta joya de precio incalculable destacaba un collar, posiblemente el más valioso del mundo, en el que centelleaban La estrella del sur y el English Dresden, rodeados por otros diamantes», escribió.
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