jueves, 11 de julio de 2013

Las perlas del «maharaja» de Baroda


Cuando el «maharaja» Pratapsingh Rao Gaekwad conoció, en 1943, a Sita Devi tenía 35 años, hacía cuatro que había sucedido a su abuelo al frente del pequeño Estado de Baroda (actual Vadodara, integrado en el Estado de Gujarat) y estaba considerado uno de los hombres más ricos del mundo. Sobre todo por la fabulosa colección de joyas que había heredado con el trono. El encuentro se produjo en Madrás (actual Chennai), ciudad en la que ella había nacido y donde el príncipe acudió para asistir a las carreras. Su amor, a primera vista, fue uno de los mayores escándalos de La India colonial.
El motivo de tanto alboroto fue que cuando iniciaron su relación ninguno era libre. El maharaja llevaba 14 años casado con la maharani Shanta Devi y era padre de ocho hijos. Sita Devi, de 26 años, también estaba casada, con un humilde recaudador de impuestos, lo que planteaba una situación inimaginable en la época: que un príncipe compartiera una mujer con otro hombre. No era otro el problema, ya que la poligamia era aún una práctica habitual en La India. Por ejemplo, cuando la malagueña Anita Delgado llegó a Kapurthala para casarse con el rajá Jagatjit Singh descubrió que su futuro marido tenía ya cuatro esposas.
Sin embargo, el caso de Baroda era singular. El abuelo de Pratapsingh había abolido la poligamia por el amor que profesó a su esposa. Había acabado también con el purdah, tradición que imponía la segregación de las mujeres, sobre todo de las clases altas, que debían vivir recluidas en las zenanas (zonas de los palacios reservadas para ellas), y cuando asistían a actos públicos lo hacían ocultas tras biombos. De ahí el choque que sufrieron las primeras maharanies que viajaron a Europa, y lo aficionadas que eran a ir al extranjero, donde incluso los maharajas se liberaban de la rígida etiqueta de la corte.


 Los maharajas de Baroda eran, además, admirados entre los príncipes por las riquezas legendarias que atesoraban, de cuya magnitud dio fe, en el siglo XIX, el viajero francés Louis Rousselet. «Ocupa varias estancias grandes, de muros gruesos y puertas de hierro 



Hay multitud de diamantes, diademas, collares, vestidos y mantos bordados con perlas y piedras preciosas de gran belleza. Entre tanta joya de precio incalculable destacaba un collar, posiblemente el más valioso del mundo, en el que centelleaban La estrella del sur y el English Dresden, rodeados por otros diamantes», escribió.

Puede parece un testimonio exagerado, pero se ajusta a la realidad. La estrella del sur (128,8 quilates) y el English Dresden (78,5 quilates) son dos diamantes hallados en Brasil a mediados del siglo XIX, que se cuentan entre los más célebres y codiciados del mundo. En 2005, cada uno de sus quilates se valoró en 736.000 dólares (unos 550.000 euros). Fueron también el orgullo de los Gaekwad, quienes los engarzaron con decenas de diamantes de buen tamaño, formando un fabuloso collar de tres vueltas y varios miles de quilates. La familia poseía también el Akbar Shah, de 70 quilates, una pieza menor que se cree que era uno de los ojos de las aves que decoraban el trono en forma de pavo real del imperio Mughal, soberanos mongoles de La India antigua.




Las debilidades del «maharaja». No menos impresionante era el collar de perlas, gruesas como canicas, de siete vueltas, tasado en 1909 en medio millón de libras esterlinas. Se dice que el dirigente de Baroda llegó a tener 35 collares de perlas de distinto número de vueltas. Junto al deporte, la caza y las mujeres, las joyas fueron una de las grandes debilidades de estos príncipes, quienes se adornaban con ellas a la menor ocasión. Una costumbre que se extendía a sus esposas, concubinas, parientes y deidades de sus templos. Incluso para sus caballos, camellos y elefantes.

La pieza estrella, considerada un tesoro nacional, era una alfombra tejida con perlas y valorada en la época en seis millones de rupias. Se cuenta que en la década de 1990 fue vendida a un príncipe árabe por 31 millones de dólares. La encargó, en la década de 1860, el maharaja Khande Rao para cubrir la tumba del profeta Mahoma en Medina (Arabia Saudí). Una idea tan inusual en un devoto hindú que sus subordinados fueron demorando su donación a Arabia hasta que la muerte del soberano la hizo innecesaria. Para confeccionarla se emplearon 1,4 millones de perlas, 2.520 diamantes, 1.000 rubíes y 600 esmeraldas. La dinastía de los Gaekwad adoraba todas las piedras salvo los zafiros; creían que daban mala suerte. Aunque los Gaekwad no se arredraban ante las dificultades. Así, lo demostró Pratapsingh Rao al no permitir que las convenciones se interpusieran en su amor por Sita Devi.
La pareja urdió un plan para allanar el camino a su matrimonio. Ella se convirtió al islam y rogó a su marido que hiciera otro tanto. Él se negó y pidió el divorcio. Tras obtenerlo, ella volvió a abrazar la fe hindú y quedó en disposición de desposarse con su príncipe. Se casaron en Bombay, el 31 de diciembre de 1943, desafiando preceptos religiosos, leyes y convenciones sociales indias y británicas de la época.
No era la primera vez que los Gaekwad provocaban un escándalo de este tipo. Su tía Indira Raje suspendió su boda con el poderoso maharaja Madhavrao Scindia de Gwalior tras enamorarse de Jitendra Narayan, hermano menor del mucho más modesto maharaja de Cooch Behar. La pareja se había conocido en 1911, en los actos en honor a Jorge V de Inglaterra, emperador de La India, que visitaba su imperio. Ella se enfrentó a todos hasta que logró casarse con quien quiso. Al poco de la boda, murió su cuñado; su marido le sucedió y ella fue la maharani de Cooch Behar.
Los británicos, habituados a las salidas de tono de los soberanos locales, hacían la vista gorda. Pero la boda de Pratapsingh con una divorciada no les sentó nada bien. Estaba aún reciente la abdicación de Eduardo VIII, quien en 1936 renunció para casarse con la divorciada Wallis Simpson. La similitud era tanta que a Sita Devi empezaron a llamarla «la Wallis Simpson» de La India. Los británicos acusaron al maharaja de violar la Ley contra la bigamia promulgada por su abuelo, pero él replicó que ésta no obligaba al soberano. Los ingleses tuvieron que conformarse con negarle a ella el tratamiento de alteza y despreciarla abandonando los actos públicos a los que asistía. El amor de la pareja parecía maldito.


1 comentario:

  1. !Hola Sergio! Me encanta tu blog, gracias por aportar tanta informacion valiosa. !Un fuerte abrazo!

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